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lunes, 30 de junio de 2025

El encuentro de dos personas es como el contacto entre dos sustancias químicas: si hay alguna reacción, ambas se transforman. Carl Gustav Jung.


                                             

“El encuentro de dos personas es como el contacto entre dos sustancias químicas: si hay alguna reacción, ambas se transforman.”

Carl Gustav Jung


 Esta frase  de Jung me ha llevado directa a  pensar y a escribir sobre  esa magia sutil que ocurre cuando dos personas se encuentran de verdad. No hablo de coincidir en un lugar, ni de charlar por educación. Hablo de esos encuentros que nos tocan, nos remueven y, a veces, incluso nos trastocan.

Como en una reacción química, algo invisible se activa: una mirada, una palabra, una forma de sentir, de - estar con -. Y ya no somos exactamente los mismos. Puede que el cambio sea leve, casi imperceptible. O puede que lo sintamos como un giro inesperado, como una sacudida suave o profunda. Pero algo se ha movido. Y deja huella.

Lo fascinante es que no siempre elegimos estos encuentros. A veces llegan sin avisar, en un cruce inesperado, en una conversación que parecía cualquiera. Otras veces los buscamos, sin saber que en realidad estamos llamando —desde dentro— a ese cambio, a ese espejo, a esa presencia que nos invite a mirarnos distinto.

Y eso...¿ no es también vivir? Estar disponibles para el otro. Abrir un espacio donde el vínculo tenga lugar. Permitirse ser atravesados, tocados, transformados, sin  miedo y desde la honestidad, desde el deseo de estar ahí, sin armaduras.

A veces, basta un instante. Otras, una vida entera. Pero en todos los casos, hay algo común: dos personas que, al encontrarse, ya no vuelven a ser exactamente las mismas.

Quizá por eso me gusta pensar que la vida, vivida desde el vínculo con el otro, es un pequeño lugar  en el que ir más allá, en el que la chispa puede encenderse y removernos desde una mirada que te ve y te reconoce  y te invita a ser más tú. A veces esa transformación es dulce, otras nos remueve desde el dolor, pero en ambas hay verdad y puede darse crecimiento, nos invita a mirar y mirarnos distinto. Quizá ese sea uno de los misterios mas hermosos del encuentro con el otro, que no hay recetas, ni garantías, solo la posibilidad de abrirse, de estar y de ser. Hay algo profundamente humano y casi invisible, en el que dejamos caer las defensas, en el que lo importante no es que todo encaje, sino que algo se encienda. Qué haya un antes y un después, una toma de conciencia de nuestro yo más íntimo que hace que nos sintamos más vivos, porque algo se nos mueve muy dentro.

No todas las personas que pasan por nuestra vida se quedan, pero todas nos dejan algo, porque al encontrarnos nos ayudaron a vernos.


 

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