miércoles, 5 de noviembre de 2025

El cuerpo que carga con lo que la conciencia no elabora, duele.

 



Hace unos días escuché  en una entrevista en YouTube al doctor Manuel Sanz Segarra hablar sobre la “supraconciencia” . Era un podcast que había guardado hacía tiempo, al igual que hago con otros artículos y entrevistas, para leerlos y escucharlos con calma. Y, efectivamente, la entrevista me gustó, la  forma de exponer los conceptos, de abordar temas tan profundos, la coherencia entre lo que decía y lo que transmitía.

Entre muchas de las ideas que compartió, quiero tomar prestada esta frase suya que me sirve de punto de partida para  reflexionar sobre nuestros malestares actuales como voz de alarma del cuerpo. Una alarma  que nos llama a  parar y mirarnos desde dentro y ponernos en una mejor disposición para vivir la vida conscientes y mejor adaptados.

“El estrés crónico y el egoísmo constituyen factores desencadenantes clave en el origen de múltiples enfermedades contemporáneas”

Él utiliza el término “supraconciencia” para describir ese plano más elevado desde el que podemos observarnos y sanar. Otros autores, de diferentes disciplinas, también han abordado esta misma idea: como el equilibrio entre cuerpo, mente y espíritu puede determinar nuestra salud y nuestro bienestar.

No todos los dolores vienen del cuerpo. A veces es la mente la que no se calla, el corazón el que no se entrega o la conciencia la que se aferra a algo que ya debería haberse elaborado. Y es ahí donde el cuerpo habla: se tensa, se inflama, se bloquea, duele. Se convierte en espejo de aquello que la conciencia aún no ha podido mirar de frente.

El cuerpo, que no sabe mentir, termina expresando lo que la mente intenta silenciar. Lo hace a través del lenguaje que mejor conoce: el del síntoma. Detrás de un dolor persistente o una enfermedad que se repite pueden encontrarse emociones no digeridas, miedos antiguos, pérdidas no aceptadas o tensiones que han permanecido demasiado tiempo sin ser atendidas.

Sanz Segarra lo explica desde  el ego que cuando domina, nos arrastra al control, a la necesidad de tener razón, a la defensa constante. Es ese “perro” del que él habla, que se lanza a protegernos, pero que termina tirando de nosotros con tanta fuerza que nos agota. Sin embargo, el ego también es necesario; forma parte de nuestra estructura vital, de nuestra identidad. El reto no es eliminarlo, sino aprender a sostener su correa con firmeza y ternura, desde un nivel de conciencia más amplio.

Autores, como Marian Rojas-Estapé, explican este mismo fenómeno desde la biología y la neurociencia: el estrés prolongado activa el sistema nervioso simpático, dispara el cortisol y altera el equilibrio natural entre cuerpo y mente. Cuando vivimos permanentemente en alerta, sin pausa ni descanso, el organismo pierde su capacidad de autorregularse. Es entonces cuando aparecen la fatiga, la inflamación, los trastornos digestivos, musculares o del sueño. En palabras del neurólogo Mario Alonso Puig, la salud depende en gran medida de ese diálogo constante entre los sistemas simpático y parasimpático: entre la acción y el descanso, el hacer y el ser.

Y si hacemos referencia a  la psicología profunda, Freud ya hablaba de la tensión entre el ello, el yo y el superyó como un campo de batalla que, cuando se desequilibra, genera conflicto interno y somatización. Jung, por su parte, proponía integrar las sombras, esos aspectos negados de nosotros mismos que, cuando no son reconocidos, buscan manifestarse a través del cuerpo.

Y si vamos aún más atrás, a la filosofía clásica, Sócrates decía que el cuerpo enferma cuando el alma no encuentra sosiego; Descartes, con su dualismo, separó lo físico de lo espiritual, pero Spinoza volvió a unirlos al afirmar que cuerpo y mente son dos manifestaciones de una misma sustancia. 

En realidad, con distintos lenguajes, todos apuntan a lo mismo: el ser humano es una unidad  y cuando alguna de sus partes se desconecta, las demás se resienten.

Podríamos decir entonces que muchas dolencias no son solo biológicas ni únicamente emocionales, sino el reflejo de una desconexión más profunda: la que se produce entre lo que vivimos y lo que realmente somos. Entre el ego que controla y la conciencia que observa. Entre la mente que acelera y el cuerpo que pide pausa.

La "supraconciencia", entendida  como ese nivel de conciencia más lúcido, de la que habla Sanz Segarra, no es algo reservado a unos pocos. Es la capacidad que todos tenemos de detenernos, observarnos y comprender sin juicio. Cuando logramos hacerlo, el cuerpo puede empezar a soltar lo que llevaba cargando: tensión, miedo, culpa, rigidez. Entonces el dolor deja de ser un enemigo y se convierte en un maestro silencioso que nos invita a escucharnos de verdad.

Quizá el camino de la salud, en su sentido más amplio, no consista en eliminar el dolor sino en aprender a escucharlo. En darle espacio, tiempo y nombre. En acompañarnos ,o dejarnos acompañar, en ese proceso de volver a la coherencia entre lo que sentimos, pensamos y hacemos.

 “Solo desde un nivel superior de conciencia se puede comprender y sanar lo que la conciencia inferior no entiende.” Dr. Sanz Segarra


Y cómo mirarse…


                                      Elena Aurrecoechea Mariscal


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