jueves, 17 de abril de 2025

La certeza ajena sobre la vida que no nos pertenece.




Muchas veces caminamos por la vida con la certeza por bandera. Opinamos, juzgamos , valoramos , sin que nadie nos lo pida. Tenemos una frase hecha para cada dolor ajeno, un consejo no solicitado para cada decisión, una forma “correcta” —la nuestra— de hacer las cosas.

En la mayoría de los casos lo hacemos con buena intención, otras nos mueven otras cuestiones personales …Pero el resultado suele ser el mismo; invalidamos, agotamos e incluso podemos dañar al otro. Porque lo cierto es que no vivimos en la piel del otro. No sabemos del todo lo que pesa  su historia ni lo que acontece en su caminar diario. Por tanto, no tenemos derecho alguno a mirar desde nuestra ventana  y decir cómo deben vivirse las situaciones , los duelos, los comienzos, las pausas o los tropiezos ajenos. Acompañar a alguien,  es escuchar sin interrumpir, estar sin imponer, mirar sin juzgar. Es hacer hueco a la verdad del otro, aunque no la entendamos del todo y nosotros hiciésemos   las cosas de otra manera, incluso aunque le veamos caer . Quizá lo más sabio es quedarnos en silencio o preguntar:  ¿Qué necesitas? en lugar de decir “lo que tienes que hacer es…”. El mayor gesto de amor hacia el otro es ofrecer una mano y no una opinión. Porque estar de verdad —con respeto, con presencia, con empatía— es un regalo y eso es justo lo que más necesitamos, alguien que no venga a explicarnos la vida, sino a caminar un rato a nuestro lado mientras la vivimos.


Elena Aurrecoechea Mariscal 

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